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Sentidos


; Shadow' ツ

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Sucedió una noche en que la luna estaba semioculta detrás de las nubes. El bar estaba casi vacío, hacía calor, estaba repleto de humo y había una suave música de jazz en el aire. Yo no me estaba sintiendo bien. No se lo dije a nadie, pues no tenía a quién decírselo, estaba sola en un rincón no muy luminoso del bar. Apoyé mi bebida y allí sucedió. Caí al suelo y las convulsiones comenzaron, una tras otra, una tras otra. Luego, espacio en blanco.

Desperté en mi cama. No sé muy bien cómo llegué allí, pero tampoco me lo pregunté demasiado. Había un vaso de agua y unas pastillas antiepilépticas sobre mi mesa de luz. No era la primera vez que tenía convulsiones, pero los hechos que ocurrieron después sí eran nuevos. Verán, mis cinco sentidos quedaron averiados. Es decir, funcionaban bien, a la perfección, pero, por breves momentos, percibían cosas que no estaban allí. Mis ojos veían un entorno, personas u objetos completamente concretos, pero que no eran reales. Mis oídos escuchaban melodías, voces y ruidos provenientes de ningún lado. Mi nariz olía aromas de todo tipo. Incluso mi lengua percibía gustos que jamás habían pasado por mi boca. Lo más terrorífico, sin duda, era el tacto: a veces sentía una caricia en la mejilla o un apretón en la mano que nadie había provocado.

Naturalmente, creí que estaba perdiendo la cabeza. Al principio me asustaba con facilidad, no lograba distinguir qué existía y qué era producto de mis dañados sentidos. Luego me fui acostumbrando, pero siempre persistía en mí esa duda sobre qué era real y qué no lo era.

Tenía varias teorías sobre lo que podía estar sucediéndome. Pensé que lo más probable era que fueran simples alucinaciones causadas por el daño cerebral que provocaron las convulsiones; también creí que se trataba de alguna especie de visión del más allá y las personas que percibía eran espíritus; dejando volar mi mente, imaginé que quizá podrían ser representaciones de otras dimensiones. Todas esas teorías eran posibles, pero la realidad era que no tenía prueba concreta de que alguna estuviese en lo correcto.

Pronto, todas aquellas evocaciones que tenía se volvieron más concretas. Los objetos, que creía que eran producto de mi imaginación, ahora eran palpables. Las personas, que creía que eran un engaño de mis sentidos, ahora se comunicaban conmigo. El entorno que me rodeaba, que creí que era un invento de mi mente, ahora era completamente tangible. Podía percibir con mis cinco sentidos todo aquello que yo sabía que no estaba allí, que no era real. Ya no eran breves los momentos en los que creía que alucinaba, ahora eran la mayoría. Me encontraba aturdida y abrumada, mi realidad se estaba desdibujando frente a mí.

Había un hombre en particular que me seguía donde sea, jamás me dejaba sola. Muchas veces me hablaba, pero yo no le contestaba. Tenía miedo de que si comenzaba a interactuar con estas alucinaciones, la realidad que tanto conocía desapareciera. Pero aquello, de cualquier modo, fue inevitable: progresivamente dejé ver, oír y sentir lo que había a mi alrededor y estas evocaciones, farsa de mi mente, fueron todo lo que podía percibir.

Una mañana desperté en una habitación que, estaba segura, era producto de mi imaginación. Aquel hombre que no me dejaba tranquila estaba en una silla al lado mío. Me miró y sonrió.

- Despertaste –dijo alegre y yo lo miré con desprecio–. Noto que me puedes ver y oír, eso es una buena señal.

El hombre se levantó y abrió las cortinas, que dejaron entrar un sol invasivo. Yo entrecerré los ojos y él continuó hablando.

- Últimamente estás percibiendo mucho mejor el entorno, querida. Ya no hablas con personas imaginarias ni señalas objetos que no están. Estoy orgulloso de ti. Fueron demasiados los años que has estado… Bueno, los medicamentos al fin están haciendo efecto, eso es lo que importa.

Él se volvió a sentar y tomó mi mano, se sentía demasiado real. Fue la última frase la que realmente me hizo dudar. Por un momento no supe cuál era la realidad. Pero dicen que las alucinaciones luchan por sobrevivir en la mente hospedante y yo no permitiría que aquel hombre ni toda esa falsa realidad lograran finalmente convencerme.

Daniela Anselmo

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