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Stephen king LA EXPEDICIÓN


-Kruusty

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(Este tema solamente es para pasar el tiempo leyendo libros de stephen king "El maestro del terror")

Stephen king: nació en Maine (EE.UU) en 1947 . Estudió en la universidad de su estado natal y después trabajó como profesor de literatura inglesa. Su primer éxito literario fue Carrie (1973), que , como muchas de sus novelas posteriores, fue adaptada al cine . A partir de entonces, la ascensión de Stephen King en las listas de Best sellers fue meteórica. Maestro indiscutible de la narrativa de terror contemporánea, ha publicado más de treinta libros. Entre sus titulos más célebres cabe destacar El misterio de Salem´s Lot, El resplandor , La zona muerta , Ojos de fuego , It , Maleficio y La milla verde , además de los recientes El cazador de sueños , Buick 8 y Todo es eventual.

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<STEPHEN KING>

LA EXPEDICION

(PARTE 1)

(Dire por partes porque es una novela largo)

—Último aviso para la Ex
pedición 701 —anunció una agr
adable voz femenina en el
Vestíbulo Azul de la terminal de Port Authority, Nueva York.
El edificio no había sufrido dem
asiados cambios en los último
s trescientos años. Seguía
dando la impresión, un t
anto siniestra, de esta
r a punto de derrumbarse. Tal vez la anónima
voz femenina fuera lo único agradable allí.
—Es la Expedición para Whit
ehead, Marte —prosiguió la
voz—. Todos los pasajeros
provistos de billetes deberán reun
irse en la sala de embarque de
l Vestíbulo Azul. Por favor,
asegúrense de que todos sus documentos es
tén en regla. Muchas gracias.
La sala de embarque
no tenía nada de tétrico. Una moquet
a, color gris perla, cubría
enteramente el suelo. De las paredes, de un
blanco indescriptible,
colgaban grabados más o
menos abstractos. En el techo, una gama
de colores bastante acertada conformaba un
conjunto atractivo a los ojos.
Había alrededor de cien tumbonas di
spuestas en perfectas filas
de a diez. Cinco auxiliares del Servicio de
Expediciones ofrecían vasos de leche a los
pasajeros, animándoles con com
entarios amables, reconfortantes. En uno de los extremos
de la sala, dos guardias custodiaban la puer
ta de entrada. Uno de
los empleados de la
compañía examinaba aten
tamente los papeles de un recién
llegado, un sujeto con cara de
liebre y un ejemplar del
New York World-Times
bajo el brazo. En el lado opuesto del recinto,
el suelo iniciaba un suave descenso hasta
desembocar en una especie de rampa que
conducía a un túnel de unos dos
metros de ancho por el d
oble de largo, desnudo, sin
puertas.
Mark Oates, su mujer Marilys y sus dos
hijos esperaban en sus tumbonas, cerca de la
salida.
—Papá, ¿por qué no me explicas ahora lo
de la Expedición? —preguntó Ricky—. Lo
habías prometido.
—Sí, papá, lo habías prometido —añadió
Patricia, con una risita estúpida.
Enfrente, un individuo con todo el aspecto
de dedicarse a los negocios y la misma
constitución que un toro de li
dia, los miró de soslayo, sin
decir palabra. Tendido en su
tumbona, con unos zapatos maravillos
amente lustrosos, hojeaba sus papeles.
El rumor de las conversaciones en voz baja
y el apagado ajetreo de
los que iban llegando
acabó por llenar completamente la sala.
Mark guiñó un ojo a Marilys, que le corre
spondió, aunque parecía
tan asustada como
Patty. «¿Por qué no?», se preguntó Mark. Era la
primera vez que metía a su familia en una
aventura semejante. Hacía ya
varios meses que la compañía
para la que trabaj
aba, la Texa-
co Water, le había informado de su próxim
o traslado a Whitehead City. Pasaron semanas
enteras, Marilys y él, discutiendo las ventajas
e inconvenientes de que la familia en pleno le
siguiera a su nuevo destino. Por
fin después de arduas deliber
aciones, decidieron que era
mejor que todos ellos se trasladaran a Marte
durante los dos años que él tendría que pasar
allí.
Miró su reloj: todavía faltaba
casi media hora para la parti
da. Tenía tiempo para contar
toda la historia. Se dijo que tal
vez de esa manera lograra distraer
a los niños y evitar que se
pusieran nerviosos. Y tal vez hasta Marilys llegara a relajarse un poco.
—De acuerdo —dijo.
Ricky y Pat le miraban atentamente. Ricky te
nía doce años y Pat, nueve. Pensó que, para
cuando regresaran a la Tierra, el chico estaría
ya en plena pubertad, y
la niña probablemente
tuviese senos. Casi no podía creerlo. Había decid
ido tras consultar con Marilys, que los niños
asistirían a la escuela en Whitehead, con los hi
jos de los ingenieros y los otros empleados de
la compañía. Ricky podría participar en una ex
cursión geológica a Pho
bos, situado a pocos
meses de distancia. Increíble, pero tan cierto
como que estaban allí en aquel momento.
«¿Quién sabe? —se dijo—. Hasta es posible que me calme yo mismo.»
—Por lo que sé, el Método de Expedición, o de
Salto, como también se lo conoce, fue
inventado por un individuo llam
ado Víctor Carune, hacia 1987. Carune había recibido una
subvención oficial, para realizar investigacio
nes. Finalmente, el Gobierno —o las compañías
petroleras— puso las manos sobre el asunto. No
se conoce la fecha exacta porque Carune
era bastante excéntrico.
—~ Quieres decir que estaba loco? —preguntó Ricky.
—Sólo un poco loco —precisó
Marilys, sonriendo a Mark.
—¡Ah, ya!
—Bien, el tal Carune trabajó durante un tiempo
sin informar de sus hallazgos al Gobierno,
y sólo habló de ellos porque se le acababa el
dinero y necesitaba una nueva subvención.
—Si no es de su entera satisfacción, le devo
lvemos el dinero —interrumpió Pat, riendo
nuevamente.
—Exacto, cariño —replicó Mark, acar
iciándole tiernamente el flequillo.
En aquel momento, entraron silenciosamente dos
nuevos auxiliares, vistiendo el mono rojo
brillante de los empleados de la
empresa de viajes espaciales. Llevaban en una mesilla de
ruedas un pulverizador de acero
inoxidable con un tubo de gom
a; cuidadosamente ocultos
por los faldones del mantel de la mesilla
—Mark lo sabía— había dos bo
mbonas de gas; en la bolsa sujeta a uno de los lados se
guardaban un centenar de mascarill
as desechables. Mark cont
inuó hablando, con la
esperanza de que su familia no reparara en los re
cién llegados. Si alcanzaba a relatar la
historia hasta el final, su mujer y sus hijo
s serían los primeros en
acoger el gas con los
brazos abiertos. Por otra parte,
tampoco tenían otra alternativa.
—Ya sabéis que el Salto no es
otra cosa que un proceso de teletransporte. En los
ambientes profesionales se lo
llama Efecto Carune. El término
«salto» fue una invención del
mismo Carune, que era un fanátic
o de las novelas de ciencia
-ficción. En una de ellas,
llamada
Destino a las estrellas,
de Alfred Bester, ya se habl
aba de este fenómeno. Aunque
en la novela se supone que uno puede someterse a la experiencia sólo con el pensamiento,
mientras que, en la práctica, no es posible.
En aquel momento los auxiliare
s aplicaron la mascarilla a una
anciana, esta aspiró una
vez y se quedó tendida, serena
y laxa, sobre su tumbona. La
falda se había levantado
ligeramente, revelando un muslo fláccido y surc
ado por varices. Un au
xiliar acomodó la tela
con discreción mientras el otro cambiaba la
mascarilla usada por una nueva, lo que llevó a
Mark a pensar en los vasos de plástico que
suelen hallarse en las
habitaciones de los
moteles.
Miró a Pat, rogando a Dios que se tranquilizara
; había visto niños a los que era necesario
someter por la fuerza, y algunos seguían chill
ando hasta que las mascarillas les cubrían el
rostro. No es que no encontrara normal una
reacción semejante en un niño, pero no deseaba
ver a Patty en esas circunstancias.
Ricky le inspiraba más confianza.
—Lo que sí se puede afirmar que el nuevo desc
ubrimiento llegó en el momento oportuno
—prosiguió. Se dirigía a Ricky, pero sostenía ent
re las suyas la mano de su hija. Los dedos
de la niña aferraban los de su padre, rígidos
por el pánico. Tenía las palmas frías y algo
sudadas.
»El mundo estaba a punt
o de agotar las reservas de petróleo existentes, que, en su mayor
parte, seguían perteneciendo a los
países del Oriente Medio, lo
s cuales lo utilizaban como
arma política. Habían formado un cártel petrolero al que llamaban OPEP.
—~ Qué es un
cártel?
—preguntó Patty.
—Pues... un monopolio —respondió Mark.
—Algo así como un club, cariño —interrumpió
Marilys—. Pero sólo
puedes pertenecer a
ese club si tienes muchísimo, pero muchísimo petróleo.
—No me voy a detener a explicaros ahora cómo
estaba el mundo en aquella época. Ya lo
estudiaréis en la escuela. Pero era un verdader
o caos. Sólo se podía
utilizar el automóvil dos
veces por semana, y la gasolina costaba quince dólares antiguos el galón...
—¡Diablos! —exclamó Ricky—. Ahora sólo cuesta tres o cuatro centavos, ¿no es así,
papá?
Mark sonrió.
—Precisamente por eso vamos a donde vamos.
En Marte hay petróleo para ocho mil años
más, y en Venus para otros veinte mil... De
todos modos, ese combustible ya no es tan
importante. Lo que realment
e necesitamos ahora es...
—¡Agua! —chilló Patty.
El hombre de negocios alzó la vista de sus
papeles y le sonrió durante un instante.
—Exacto —replicó Mark—. Porque entre los años
1960 y 2030 contaminamos casi toda el
agua de que disponíamos. El primer
envío de agua de las capas de hi
elo de Marte a la Tierra
se conoce como...
—Operación Paja —aclaró Ricky.
—Eso es. En el 2045, más o menos. Aun
que mucho antes se había utilizado el mismo
procedimiento —el Salto— en la búsqueda de
nuevos manantiales en la
Tierra. Y ahora el
agua representa la mayor parte de las exportaci
ones marcianas... el petróleo no es más que
un negocio secundario. Pero entonces, era vital.
Los chicos asintieron.
 
(PUBLICARE LA SEGUNDA PARTE EN OTRO DIA)

 

 

 

 

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