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El hijo de Dios ¿donde está?


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Un relato, el entrecruce de milenios, un sinfín de interrogantes y un caminante peculiar que busca en Jerusalem al hijo de Dios. ¿Lo encontrará?

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Estaban a punto de colgarlo. El caminante, extranjero de aquellas tierras, encontraba una consternación tal en el alma que flagelaba su moral. Intenso su espíritu piadoso, no podía concebir el pecado que veía. Arriba de una tarima, delante de una cruz de madera, por encima de los ciudadanos y por debajo de la mirada de Dios, se encontraba un hombre que iba a ser juzgado por otros. “Pecadores”. Así pensaba el caminante, lo sentía en cada fibra de sus tendones, a los que él interpretaba como pulsiones divinas. ¡La vida, el perdón! Pero lamentablemente la salvación estaba en otro lado, aquello podía esperar: la miseria romana necesitaba engendrar un nuevo mesías. Debía seguir buscando.

—¡Discúlpeme, buenciudadano, ¿no me podría dar un minuto de su tiempo? Vendo joyas, mire, muy baratas —dijo con atropello una voz que quitó al caminante de sus pensamientos, con tono jovial e impostado. El muchacho sacaba de un bolso un montón de alhajas y las depositaba en cascada sobre sus manos. Un reloj de arena, un anillo, un…

—No tengo dinero... —largó el caminante antes de terminar ahogado en mercancías.

—Dele, mire este aro, para su dama, para su hija, solo por una moneda de bronce. Precios cuidados, muy por debajo de la inflación —el comerciante miraba hambriento de codicia, mientras los callos de sus manos demostraban su humilde procedencia.

—Estoy buscando al hijo de Dios —le salió al cruce el caminante. No quería ser despectivo, pero tampoco desviarse de su misión—, me dijeron que aquí lo encontraría. ¿Dónde está?

— ¿Dónde está quién? —preguntó despreocupado el mercader, como si no lo hubiera escuchado, y siguió sacando objetos. —Mire estas velas para el Rosh Hashaná, las conseguí en Judea, puede comprarlas en cuotas sin interés —. Las olas de objetos iban y venían, lo inundaban cada vez más. Algunos caían y los volvía a recoger del suelo.

—Al hijo de Dios. Estoy buscándolo—repitió entonces el hombre agitado, con apuro.

— ¿El hijo de Dios? Acá en Jerusalem, no hay ningún hijo de Dios, ¿me va a comprar algo o no? —le preguntó el muchacho medio enojado. —Vamos, que la crucifixión a Poncio Pilato está por comenzar, no tengo todo el día...

—¿Poncio Pilato, el prefecto? ¿Por qué lo van a crucificar?

—Por la reforma esclavista, claro. Mire, usted que tanto habla de Dios, tengo esta baratija divina que le va a interesar —prosiguió el mercader, levantando las cejas y poniendo los ojos como platos—. Está en liquidación, en el Mar Muerto seguro lo vendo, ¿o lo quiere?

—Que no quiero nada. Debemos despojarnos de todo lo material y vivir del espíritu.

—Si no quiere nada material tengo estos juegos “espirituales” para el Janucá....

—¡Basta! —gritó entonces el caminante. —Quiero saber dónde está el hijo de Dios. Esto no debería estar pasando, necesitamos al mesías. Dichoso sea el camino del Señor.

—¿Sabe qué? —dijo el joven y señaló hacia la cruz, hacia un costado del enjuiciado.

—Ahora que recuerdo, la señora de ahí, Elena, tiene una amiga que se llama María, -son dos locas-, que hablaba del hijo de Dios. Hace días que vienen con ese tema, ahí empezaron los problemas.

— ¿María? ¡María! ¿Dónde está ella?—. El caminante se sentía iluminado por la divinidad.

— ¿La loca esa? No lo sé, igualmente le aconsejo que deje de buscar, el niño nunca nació. Acá la gente no quiere tener hijos, usted sabe, con el tema de la cotización de la divisa, el precio del bronce que cae… Por cierto, ¿le comenté de esta cruz en miniatura?

El caminante entonces se detuvo, se sentía agitado, mezcla de ansiedad con furia.

—¿Qué quiere decir con eso?— preguntó entonces consternado.

—¡Ah! Perdone, pensé que sabía de economía… La divisa es...

—¡No, no! Hablo de lo otro que dijo —. El caminante esta vez levantó un poco la voz.

—¿Del Janucá? Es una fiesta de la comunidad. ¿Quiere comprar uno de los juegos?

—¡De que el hijo de Dios nunca nació! —gritó el hombre, sobresaltando al muchacho.

—¡Ah! Son chusmeríos, historias… —respondió el joven. —Usted no diga nada, esto me lo dijo una vecina suya, que usa en sus fiestas un candelabro de metal muy fino que traje una vez de Jericó. Tengo creo una copia de ese candelabro por aquí, deme un segundo y se lo muestro…

Furioso, el caminante amagó con irse, pero el joven paisano lo tomó del hombro. —¡Espere! ¡Mire! —lanzó el muchacho y apuntó hacia el hombre que estaba siendo condenado. El caminante giró y observó con cierto repudio cómo lo clavaban, cómo este gritaba y cómo la gente vitoreaba: “¡Qué se vayan los patricios!” “¡Abajo el Fondo Monetario Latino!” “¡Basta de invasión a los pueblos bárbaros!”. El comerciante, fascinado, silbó como sorprendido y le sonrió al caminante. —¡Increíble que le hagan esto al prefecto de Judea! Es un hombre honesto, desde mi punto de vista, claro. Pero lo culpan de la crisis, a él y a todos los patricios. Los esclavos son un poco así, por un poco de pan y agua hacen cualquier cosa, los están manejando.Entonces, el caminante, acongojado con lo que veía, apretó los labios, miró fijamente al enjuiciado y emitió su propio veredicto: —Dios, perdónalos, no saben lo que hacen.

—No se ponga así, señor —comentó el comerciante intentando calmarlo —Crucifican a uno y ponen a otro, ellos siempre van a gobernar.

—El mesías, el hijo de Dios. Eso es lo que este pueblo necesita, él puede traer fe.

— ¿Fe? ¿Eso se come? Si no se come, a nadie le importa. A María la quisieron convencer de que había quedado embarazada por el Espíritu Santo -un rabino fue-, pero resultó en un escándalo. Ni la fe ni los espíritus pueden meter cosas en el cuerpo, ¿me entiende?

— ¿Qué pasó con su hijo? ¿Dónde está? —preguntó el caminante para retomar el diálogo, como el agua que vuelve a su cauce.

—¡Epa! ¡Qué insistente! —exclamó el comerciante y resopló. —Bueno, bueno. Mire, yo hablé con un íntimo de José -usted no diga nada- y le pregunté qué estaba pasando. No es que sea chusma, eh. Soy comerciante y necesito saber esas cosas para luego poder vender. Entonces me reveló algo muy interesante: María no quería tener al niño.

—¿María no quería tener al hijo de Dios?

—María no quería tener hijos, ni hijas, ni mascotas aparentemente. Supongo que aún no quiere. ¿No le digo que está loca? Ponía de excusa que era pobre, no sé qué tiene que ver eso.

—¿Y entonces qué hizo?

—Primero María se peleó con José porque es un hombre de fe y bueno, para él era un asesinato, y ella que no quería tener al niño, y él que sí, y ella que no. Después fue a reclamarle al prefecto, y éste que no, ella que sí, éste que no, entonces no sé cómo ella lo terminó convenciendo a José, y luego a otras mujeres, a algunos comerciantes, a los artesanos y finalmente a los esclavos, que estaban enojadisimos con todo lo que venía pasando. Yo creo en el diálogo, usted sabe, pero los esclavos son cortos de mente. Y bien, al prefecto, ya sabé.

—¿¡Pero qué pasó con el hijo de Dios!?

—¡Ah, eso! Hizo lo que llamaron una “interrupción voluntaria”, lo… ¿Cómo decirlo?, decidieron que nazca, pero que el Creador se haga cargo de criarlo. Un pecado, a mi parecer, pero la gente dice que soy muy ortodoxo. ¡Si Dios los escuchara!

—Dios nos escucha a todos, a todos —dijo apesadumbrado el caminante y quedó en silencio. “¿Que puedo hacer ahora?” pensaba mientras el muchacho seguía hablando.

—Dígaselo a los patricios. Tanto poder para que los sucios armen una organización esclavista antipatricia y resuelvan colgarlos en la cruz. Qué irónico, ¿no?

—¿Qué se puede hacer sin el mesías para que pueda salvarnos? —interrogó el caminante.

—¿Sabe qué? No hace falta que en la realidad las cosas sucedan como uno quiere que sucedan. ¿Conoce el término “posverdad”? ¿No? Bueno, funciona igual que la fe. Mire, cómpreme estos papiros y esta pluma, y escriba una buena historia del hijo de Dios. Jesús le puede poner, mi nombre. Y va a ver que pronto puede salvar a los patricios y a la humanidad de tanta injuria.

Mateo, resignado, aceptó. Tomó el papiro, la pluma y ahí mismo escribió: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”.

 

Agustín Reynoso

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